XXII Domingo del Tiempo Ordinario

Grupos de audiencia: 

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Solemnidad

Agosto 30 de 2020

Seguidamente a la confesión de fe de Pedro (vista el domingo pasado) viene en este domingo el primer anuncio de la Pasión de Jesús y la indicación de las condiciones para seguirlo.

El mismo Pedro que hace unos instantes había aclamado a Jesús como el Cristo y el hijo de Dios vivo, ahora se comporta como mensajero de Satanás. En la confesión de fe actuó movido por el Padre celestial y ahora actúa movido por Satanás. ¡Cómo se da ese cambio de tercio?, ¿cómo es que este apóstol da esa repentina voltereta?, nos podemos estar preguntando con asombro e inquietud.

Estos pasajes del capítulo 16 de San Mateo son una buena ilustración de lo que es el corazón humano: un lugar apto para el bien y el  mal, la luz y la oscuridad, la verdad y la mentira; atraído por la verdad de Dios y las propuestas del padre de la mentira. Y todo ello por razón de la libertad. Sin oportunidad de elección no habría libertad; pero tampoco habría amor porque el amor requiere la libertad, la capacidad de la opción libre y consciente por algo o por alguien.

¿Qué hacer, entonces? Nada tan torcido y engañoso como el corazón humano, maldito quién se fía del hombre y hace de la carne su apoyo, sentencia el profeta Jeremías en su capítulo 17. Queda el fiarse de Dios, insiste el profeta. Bendito quien se fía de Yavhéh, pues no defraudará Dios su confianza (Jer. 17,7).

Pedro quiere convencer a Jesús para que descarte la proximidad de su pasión, y Jesús lo repele como a piedra de tropiezo, pues estos pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres; y, seguidamente y como si fuera poco lo ya dicho, presenta a sus discípulos un elenco de condiciones para su adecuado seguimiento: negarse a sí mismo, tomar la cruz, perder la vida, perder el mundo entero; una extraña lista que no encaja en las acostumbradas lógicas del mundo, pero que si es entendible y apetecible en el nivel de las horizontes eternos, en las profundidades del corazón y en las reconditeces del alma; o sea, una propuesta de rescate y elevación de la vida y la persona humana, una apuesta por aquello que es más representativo de la persona como son la superación del tiempo y el espacio, el vencimiento de la contingencia de la vida, la permanencia y fidelidad en los afectos, la consumación de sus ansias y sus afanes en un proyecto eterno, la eterna contemplación de la bello.

La encarnizada lucha entre el bien y el mal, entre el reino de la mentira y el esplendor de la verdad, conviene por razón de la arraigada vocación humana al amor, cuyo núcleo es la libertad. Sin la conquista de la libertad no se llega al amor; y la bondad, la belleza, la profundidad y la achura del amor lo vale todo. En la experiencia del amor la persona se siente a sus anchas, se reconoce fiel a sí misma, unificada, colmada de sentido, justificada en sus afanes y fatigas, en sus búsquedas, luchas y conquistas; se siente dueña de sí misma, protagonista de su historia, dueña de su libertad.

En este sentido, en la segunda lectura escuchamos al apóstol San Pablo decir: No se acomoden al mundo presente, antes más bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.

Y en la primera lectura, el profeta Jeremías, en su ardorosa franqueza de sus experiencias de las visiones divinas, llegó a decir: la palabra de Dios era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía.

Dios mismo nos dotó de la libertad para que pudiéramos experimentar el amor, gozar de sus delicias; nos hizo a su imagen y semejanza. Dios es amor. En Dios, en su corazón, en su palabra, en sus profetas, en sus discípulos y en sus testigos, encontramos las rutas del amor. En el seguimiento de Jesús encontramos los motivos claros y suficientes para conquistar nuestra libertad y encontrar así nuestra talla para el amor; y en el Espíritu Santo encontramos la fuerza y la sabiduría para ser fieles al amor hasta la negación de sí mismos y perder el mundo entero.

 

Frase para recordar: ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se arruina la vida? (Mt. 16,26)

 

POEMA
K. O´Meara. Poema escrito durante la epidemia de peste en 1800

 

.

Cuando la tormenta pase

y se amansen los caminos

y seamos sobrevivientes

de un naufragio colectivo.

Con el corazón lloroso

y el destino bendecido

nos sentiremos dichosos

tan sólo por estar vivos.

 

Y le daremos un abrazo

al primer desconocido,

y alabaremos la suerte

de conservar un amigo.

 

Y entonces recordaremos

todo aquello que perdimos,

y de una vez aprenderemos

todo lo que no aprendimos.

 

Ya no tendremos envidia

pues todos habrán sufrido.

Ya no tendremos desidia

seremos más compasivos.

 

Valdrá más lo que es de todos

que lo jamás conseguido,

seremos más generosos

y mucho más comprometidos

 

Entenderemos lo frágil

que significa estar vivos,

sudaremos empatía

por quien está y quien se ha ido.

 

Extrañaremos al viejo

que pedía un peso en el mercado,

que no supimos su nombre

y siempre estuvo a tu lado.

 

Y quizás el viejo pobre

era Dios disfrazado.

Nunca preguntaste el nombre

porque estabas apurado.

 

Y todo será un milagro

y todo será un legado.

Y se respetará la vida,

la vida que hemos ganado.

 

Cuando la tormenta pase

te pido Dios, apenado,

que nos vuelvas mejores,

como nos habías soñado.

 

 

+ Ovidio Giraldo Velásquez (Obispo de Barrancabermeja)

Reflexión dominical: 
Si